*Por Fabio Tarasow
El discurso actual en torno a la integración de las tecnologías en la educación está sustentado en la noción de la responsabilidad individual que tiene el usuario al utilizar estas herramientas: el estudiante, el padre o el docente, son los responsables de poner en práctica estas habilidades y comportamientos para "navegar de forma segura, crítica y responsable" por el entorno digital. La premisa subyacente es que, con la información y la educación adecuadas, los usuarios pueden mitigar los riesgos inherentes al entorno digital.
En este paradigma, la problemática de las tecnologías se reduce a la "responsabilidad digital". Enseñamos a los alumnos a no suplantar identidades, a ser respetuosos en línea y a proteger su privacidad. De manera similar, aconsejamos a madres y padres mantenernos informados sobre las nuevas tecnologías, establecer normas de uso y fomentar un diálogo abierto con nuestros hijos sobre la vida digital. También extendemos la responsabilidad a los docentes, a quienes les encargamos la tarea de enseñar a los alumnos a navegar de forma segura y a utilizar las tecnologías de manera crítica.

Si bien la formación del ciudadano digital es sumamente relevante, este paradigma es limitado, porque desvía la atención de la causa de los problemas que busca resolver. Al culpar al usuario por su falta de "conciencia" o "alfabetización," se ignora el papel del diseño y del sistema que lo envuelve. La educación del usuario es parte de la solución, pero no la única solución ya que no contempla las acciones de otros actores relevantes que tienen gran injerencia en la conformación del problema.
Delegar en el usuario la responsabilidad no es una táctica nueva; la industria tecnológica, de manera análoga a otras industrias previamente criticadas, prefiere que la solución sea la "educación" del consumidor: “Beber es perjudicial para la salud”, “Fumar puede causar cáncer”, “Si sos menor no podés apostar” son frases más destinadas a liberar a los productores de la responsabilidad de alterar sus productos o sus modelos de negocio, los cuales pueden estar diseñados para ser jodidamente adictivos o dañinos.
La consecuencia directa de esta falacia es que todos nosotros, los usuarios, incluyendo a niños y jóvenes, estamos expuestos y navegamos en un entorno digital plagado de riesgos sistémicos —desde la anulación de la privacidad hasta los patrones de diseño que fomentan la adicción— y, por el momento, nuestra única defensa es una capa "alfabetización digital" que resulta insuficiente ante un problema de diseño fundamental. En esencia, se coloca la carga de solucionar el problema sobre la víctima en lugar de sobre el arquitecto del sistema.
Para apuntar a soluciones más profundas del problema, tendríamos que acercarnos a la adopción de un modelo de "responsabilidad sistémica" en el cual los productores tengan también la responsabilidad de solucionar los problemas inherentes y sistémicos de sus productos.
El futuro de la tecnología en la educación (y en la vida en general) no se definirá exclusivamente por la capacidad de los usuarios para defenderse de diseños nocivos, sino por la ética de sus diseñadores y la responsabilidad de los sistemas que construyen. Al trasladar el foco de la culpa individual, al diseño y la regulación, es posible construir un ecosistema digital que sea fundamentalmente más seguro, transparente y alineado con los objetivos pedagógicos y de salud de los estudiantes. ¿Utopía?
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El texto de la nota La alfabetización digital es una solución a medias. de Proyecto Educación y Nuevas Tecnologías se encuentra bajo licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. Nota disponible en: https://flacso.pent.org.ar/novedades/opinion/la-alfabetizacion-digital-es-una-solucion-medias
