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Curaduría de contenidos: límites y posibilidades de la metáfora.

Artículo | 2012 | Por — 

Valeria Odetti 

Desde hace algún tiempo está circulando en la red, en diferentes blogs, artículos y videoconferencias, el concepto de curaduría de contenidos. En la mayoría de los casos se menciona la curaduría como la acción de seleccionar y almacenar una colección personal de contenidos. Pero... ¿esa es la acción asimilable con la función de un curador? Como suele ocurrir en la web, la cristalización del concepto lo ha despojado del sentido polisémico que dio origen a la metáfora.

A finales del 2010, junto con Gisela Schwartzman escribíamos un artículo sobre nuestra experiencia en el diseño de materiales didácticos en formatos hipermediales. Queríamos conceptualizar un rol de autoría que diera cuenta no ya de aquel perfil de autor de una obra cerrada, distanciada del proceso de apropiación del lector, sino de otro que lo que construía, en realidad, era una estructura a partir de la cual mirar los contenidos. Fabio Tarasow nos dio la llave: el autor-curador. Mencionamos, entonces, en ese artículo: (el autor-curador) “se expresa a través del conjunto de materiales expuestos en una única muestra. A través de su selección y articulación, el autor-curador se propone hacer explícitas las relaciones que existen entre los distintos textos que conforman su muestra”.

Ahora bien, en función de la circulación del concepto y de sus modificaciones, me pareció oportuno precisar un poco más nuestro punto de vista e invitar a la reflexión sobre los alcances que la metáfora puede tener para los nuevos desafíos educativos.

¿Curador o coleccionista?

Es interesante pensar la confusión entre los términos curador y coleccionista. La metáfora proviene del mundo de las artes plásticas, por lo que rastreé artículos y conferencias del área donde se tocan estos temas y me encontré con un campo vasto plagado de discusiones interesantes que pueden darnos mucho material para pensar las nuevas construcciones de significados en el ámbito educativo.

Sin embargo, lejos de la controversia, los límites entre ambas funciones están bien delimitados. El coleccionismo, en cualquiera de sus variantes, es la acción de recopilar contenido en función de un interés particular y, en algunos casos, establecer una categorización o forma de organización para cada colección. Como notarán, este concepto es fácilmente asimilable a muchas de nuestras prácticas cotidianas: desde la organización de la heladera hasta nuestros archivos de trabajo trae aparejado un procedimiento de selección y organización de contenidos. Incluso es posible pensar mecanismos de coleccionismo colectivo, como por ejemplo los marcadores sociales.

Un curador, por el contrario, parte de una selección del material pero luego genera con ellos una estructura estética a través de la cual el público ve sus obras. Como observamos, en este caso, es más difícil pensar acciones cotidianas equiparables con esta definición. Analicemos un poco más el concepto. El 15 de julio de 2002 se celebró en Buenos Aires una conferencia cuyo título fue: “Curaduría en las Artes Plásticas: arte, ciencia o política”. Convocados por Esteban Álvarez y Tamara Stuby, curadores de importantes museos argentinos se dieron cita para debatir sobre su rol y las diferentes vertientes que lo nutren y desafían. En la primera parte de la conferencia los anfitriones planteaban las dificultades para definir el término: “No es tan fácil delimitar o evaluar la acción de curar: ¿consiste en organizar, seleccionar, colgar#, legitimar?” Probablemente, como muchas definiciones de roles dinámicos, la respuesta a esta pregunta haya variado a lo largo del tiempo. Los primeros curadores fueron encargados de “conservar” las obras, esto implicaba mantenerlas en buen estado desde su aspecto más material (que no las dañara la luz o la humedad) hasta su aspecto más simbólico (investigar sus condiciones de producción, documentar su devenir por los museos, etcétera).

Lejos ya de ese debate y con la difusión de nuevos espacios desde los cuales acceder a las obras, Victoria Noorthoorn, curadora del MALBA# en ese momento, definía así su rol: “hay dos concepciones del curador como generador de posibilidad (...). Uno es el trabajo de curador como mediador entre el artista y el público. Por otro, el curador en una situación de catalización y provocación en el trabajo (...). O sea un trabajo de intercambio de ideas y provocación de uno en uno, artista-curador, donde también se pierden un poco las nociones de artista-curador y se convierten en dos personas dialogando”.

Como ejemplo, la curadora relata una experiencia vivida en la galería White Box de Nueva York donde le tocó curar una muestra que se presentaría en el verano, mientras la galería se encontraría cerrada. El marco desde el cual el público accedería a la muestra sería el de la ventana de modo que, además de las obras de arte, ubicaron espejos que pudieran reflejar las obras para ser vistas desde ese marco.

El curador aparece entonces como un meta-artista, quien mediando entre los destinatarios y los autores prepara la experiencia escénica y construye, en ese acto, una nueva idea de autoría.

El docente como productor: hacia el autor-curador

Evidentemente todos los docentes somos coleccionistas: seleccionamos actividades, libros de texto, aplicaciones, etcétera. Ahora bien, ¿cuáles son las posibilidades de un docente para convertirse en autor de sus propios materiales? y, en tal caso, ¿por qué sería valioso hacerlo?

La personalización del aprendizaje y la actualización de contenidos en función del contexto de un grupo determinado hace que el rol de docente-autor tenga un valor primordial en medio de la sobreabundancia de información a la que están expuestos hoy los estudiantes. Esto le otorga relevancia al docente como autor-curador para ofrecer no sólo un recorte de la información adecuado a su grupo de alumnos, sino además una amplitud de modos semánticos que posibilite a cada uno acercarse a los contenidos a través de los formatos con los que se sienten más cómodos y, al mismo tiempo, valorar el aporte de cada lenguaje (¿una imagen vale más que mil palabras?, ¿todos podemos procesar información en cualquier formato?, etcétera).

Además, diseñar un material didáctico implica, necesariamente, diseñar también un modo de acercamiento de los estudiantes a los contenidos, es decir que no se trata sólo de ofrecer explicaciones sobre los conceptos sino también controversias, interrogantes, datos para el análisis, etc. articulados en un diálogo donde el material didáctico se complete con la intervención de los alumnos.

La metáfora es por demás generosa y vale la pena explorarla como una invitación a reinventar los modos de construirse en docente-autor. Desplegar la imaginación para disponernos a montar la “puesta en escena” a partir de la cual los estudiantes se acerquen a los contenidos, es decir, estructurar los recursos y planificar los procesos mediante los cuales los estudiantes interactúen con él con el fin de enriquecer la experiencia de aprendizaje .

Planificar los modos de apropiación de los conceptos que van a ofrecer, seleccionar los materiales más adecuados para ellos elegir las herramientas para armar el diseño y, finalmente, montar la estructura que dé soporte al nuevo material didáctico otorgan un lugar jerarquizado al docente con ganas de experimentar otros dispositivos para la enseñanza.

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