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La muerte de Picasa y el ocaso de la clase media.

Opinión — 7 de Diciembre de 2016

Hace unas pocas semanas Google terminó el proceso de hacer eutanasia a Picasa. Para los que no se acuerdan, Picasa era un software de gestión de fotos e imágenes para la computadora, que supo tener versiones de Windows de Linux e incluso una tímida Beta para Mac. El software había sido desarrollado por una compañía independiente y en 2004 fue comprado por Google. Ofrecía muy buenas prestaciones para la gestión de las fotos, incluso la novedad en su momento de hacer reconocimiento facial para identificar personas en los archivos. Hice en su momento algunos comentarios en esta columna.

Doce años después, en la narrativa de Google, Picasa "evoluciona" hacia Google Fotos que ahora va a ofrecer todo aquello que bla bla, y va a mejorar bla bla bla y va a ser más bla bla bla. Todo sería muy lindo si nos quedáramos simplemente con la narrativa Google, pero con las comillas en la palabra "evolución" quiero señalar que no necesariamente significa algo mejor para los usuarios, aunque sí para Google. Además, como telón de fondo en este cambio, se transparenta la mutación que las empresas de tecnología aplican a su definición del usuario final y qué esperan de él. Veamos...

Picasa era un software que se distribuyó como un "freeware", un programa propietario que se regalaba. El usuario podía instalarlo en su computadora utilizarlo para ordenar, acomodar, visualizar, retocar y reconocer personas en las fotos que estaban en su computadora. El programa podía cerrarse a voluntad del usuario, apagar la computadora y toda la información contenida en las fotos quedaba (al menos en teoría) dentro del disco duro del usuario. Si se deseaba, también podía desinstalar el programa y de esa forma desvincular todas sus fotos y su contenido de Picasa y de Google.

Sí; que te "regalen" un software robusto y eficiente y que a cambio la empresa que lo regala no obtenga nada a cambio o poquito, no parece ser una propuesta de negocio muy sustentable.

Dos acontecimientos vinieron a sellar la suerte de Picasa. Por un lado, la tendencia a convertir a todos los programas en “servicios en la nube”, en la medida que la conexión tiende en el mundo occidental a ser ubicua. Por el otro, en un contexto donde cada vez mayor porcentaje de la población tiene un smartphone, la fuente principal de fotos son ahora los celulares siempre conectados. ¿Para qué esperar a gestionar el producto terminado si Google puede hacerse de las fotos desde el origen? Recordemos que Google es dueño del sistema operativo Android que usa aproximadamente el 90% de los celulares del mundo. Desde el momento que apretamos el obturador de una foto en el celular Google Fotos se adueña de ellas. Las ordena y las gestiona en el celular, las asocia a la cuenta, las respalda, las guarda, las amasa, las plancha, las dobla y las hace disponibles desde cualquier dispositivo que el usuario tenga asociado a su cuenta. Incluso en otro teléfono si se pierde o roba el actual. Todo parece muy lindo, eficiente y eficaz. El usuario ya no tiene que preocuparse por nada. El ángel de la guarda de las fotos siempre estará allí.

Pero...siempre hay un pero.....un pero chiquitito.... En este esquema, al hacer click y sacar una foto, la foto ya no es del usuario. La foto pasa a estar en manos de Google, que además de cuidarla y respaldarla, puede analizarla, hurgarla, hacer análisis de rostros, de lugares. Puede y podrá hacerle todos los análisis existentes y por existir, y seguir sumando conocimientos y datos sobre las personas.

A diferencia de lo que pasaba con Picasa en la computadora, Google Fotos no puede desinstalarse del teléfono. En las últimas versiones de android “Google fotos” es el gestor obligado de fotos y, a menos de que uno sea un laborioso hacker, no hay manera de evitarlo. Hubo un tiempo (que fue hermoso) en que todavía algunas instancias legales podían oponerse a los gigantes, como cuando una corte acusó a Microsoft de abuso monopólico al dejar preinstalado Internet Explorer como el navegador por definición en el sistema operativo Windows de las computadoras. ¿Habrá alguna posibilidad de acusar de abuso de posición dominante a Google al obligar a los usuarios a usar las aplicaciones propias de Google y someterlo a ciegas a sus condiciones de servicio?

Pero ¿qué tiene que ver esto con el ocaso de la clase media? Respecto a las posibilidades para aprovechar los recursos computacionales podríamos dividir a las personas en diferentes grupos: aquellos que lo tienen todo: son quienes exploran, van a fondo y no le temen a la programación, son como los “archimillonarios”. Lo tienen todo: dispositivos pero sobre todo tiempo y saber para saber usarlos. En el extremo contrario: “los desposeídos” tienen y utilizan dispositivos, pero no pueden “abrirlos” no saben lo que pasa dentro de ellos, sólo los usan de acuerdo a la forma que el dispositivo propone. Habría también una clase media, aquellos que con un poco de esfuerzo y trabajo lograban dominar el sistema operativo de las computadoras para instalar, desinstalar o modificar programas. Usar una computadora con Windows o con Mac, requiere ciertas habilidades y capacidades que hay que aprender. Para muchos, tal vez la interfase es complicada o caprichosa y el índice de frustración es demasiado alto. Las aplicaciones del celular, por el contrario, focalizan la idea de hacer las cosas "más sencillas", pensar menos, dejar todo librado a lo intuitivo y focalizar las apps a tareas específicas. Una app para el banco, otra app para las fotos, otra app para saber cuando viene el colectivo y otra app para saber hace cuánto que me comí mi última hamburguesa con queso.

Los teléfonos son ahora el eslabón inteligente de la cadena, realizan las tareas por nosotros y toman decisiones por nosotros. En tanto el usuario pasa a ser, cada vez más, el eslabón bobo. “No te preocupes en gestionar tus fotos, yo lo hago por vos”, así, con cada una de las tareas que pueden realizarse con el celular, el usuario tiene cada vez menos control e idea de los que sucede con sus datos y con sus producciones. Todo lo resuelve la nube milagrosa y el teléfono inteligente.

Entonces el simple y mortal usuario queda excluido del proceso de toma de decisión sobre el destino de sus propias producciones, y queda siendo un esclavo de los servicios de la nube. Antes, "la clase media computacional" podía usar la computadora para su propio provecho, cierto que era necesario tiempo, trabajo y esfuerzo. Hoy, por el contrario, la situación tiende a polarizarse entre los excluidos, entregados como corderos indefensos a los dispositivos y sus aplicaciones, y quienes poseen los conocimientos y el tiempo para poder usar los recursos tecnológicos como ellos quieren. Los del medio tenderán a extinguirse, en la medida que también hasta los sistemas operativos sean aplicaciones que se ejecuten desde la nube.

Cierto es que, más allá de las opciones comerciales, siguen existiendo (por suerte y gracias a la comunidad que le dedica tiempo y esfuerzo) los software de código abierto que permiten que uno siga siendo dueño de su propia computadora, de sus recursos y aplicaciones. Pero creo que a pesar del esfuerzo que están realizando proyectos como Ubuntu, la brecha entre la posibilidad de usar un sistema de código abierto y el usuario de a pie o la clase media informática, sigue siendo grande.

Varios corolarios se podrían desprender de estas líneas, entre ellos el estar más pendientes de la gestión de los archivos y del patrimonio digital propio. También sobre la importancia de poder estimular, vía diferentes programas y propuestas, la filosofía que reside detrás de los programas de "makers" y similares, aquel espíritu creador y libertario que estaba detrás del desarrollo de las primeras computadoras personales y del Silicon Valley, pero que ya no está en los teléfonos inteligentes. Hoy ese espíritu parece estar en otros pequeños dispositivos digitales como Raspberry Pi o arduino.

 

 

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